martes, 31 de enero de 2012

LA REALISTA, LA SOÑADORA Y LA COQUETA

LA REALISTA

Sólo existe lo
que piso, miro
siento y toco:
la lluvia que
nos moja
los perros que
nos huelen
y los apresurados
transeúntes.
Detesto las
mentiras de
la irrealidad.
Acato sin
protestar la tiranía
de todo lo
existente.
Sólo amo lo posible
y me sublevo
contra el hechizo
de las ilusiones.
Pobres amigas,
ustedes tienen miedo
a la vida y por
eso se esconden entre
las musarañas de
la fantasía.
Yo sé vivir.

LA SOÑADORA

Amigas:
ustedes envidian
los lujos que no tengo:
los estanques de rocío
y de lágrimas
donde unos pececillos
dorados
me acarician los pies
en las mañanas
y los collares de
mariposas que
aletean alrededor
del cisne que es
mi cuello
a la caída
de la noche.
Envidian la miel que
abejas rumorosas
destilan en mi boca
y las ardientes
poesías de amor
que compone para mí
mi tierno enamorado
y que entonan
a mis oídos
los pájaros cantores.
Envídienme, envidiosas:
Sí, sí, yo soy
ama y señora
del espejismo
y de los sueños.

LA COQUETA

¿El secreto de mi felicidad?
La esquiva sonrisa
que atiza
el hambre de amor
de los viajeros
el ligero mohín
que ensalza la
curva de mis labios
y descubre la nieve
ralampagueante
de mis dientes.
Una rodilla
un empeine
el lóbulo
de la oreja
las aletas
de la nariz
pueden
insinuar cosas
hermosas y
llenar de deseos
a los hombres.
Amigas, ustedes sólo sueñan:
yo hago soñar.

Mario Vargas Llosa

miércoles, 25 de enero de 2012

Antes del Alba



I

Imagina un volver la vista atrás.
Desnuda la memoria,
sin estelas de antiguos malestares,
rehacemos el latir de las palabra
en la inflexión vital de nuevos gestos.
A la fuente retorna
de la ilusión el juego, el agua que suspira.

Imagínate ahora
el abrazo desnudo que se ensancha,
ese abrirse que nunca
permaneció cerrado.
Para encontrar el sueño
que anduvo extraviado
un diálogo sincero y poco más nos basta.

II

Esta noche tu voz,
serena y extasiada, lentamente
vibra y se derrama.

                           Como lluvia que beben
tus ojos con gran firmeza socava
los vacíos estériles y espesos
de la incomprensión. La larga pausa acaba.
Se deshiela el recuerdo
cuando vuelven las voces de aquella vez primera.

Embelesado escucho
la cadencia en que fluyen tus palabras,
agua limpia que al silencio acalla,
libre de sutilezas, como un fugaz reflejo
incorpóreo e inasible, infinito
en su tenue orogenia.
La recriminación habla primero:
retrospectivamente en cara nos echamos
las equivocaciones y las vacilaciones
-el miedo inexcusable acaso por mi parte-
que cercenaron el brote del deseo.
La mutua comprensión nos hace abrir muy pronto
las anegadas puertas del afecto.

Nos reconocemos por fin sin máscaras
detrás del eco de las ausencias.

III

Porque en un momento
de esta noche           -casi de madrugada-
nos hemos reencontrado
en el vívido calor de unas palabras
que habíamos extraviado
y que creímos perdidas, perdidas para siempre,
en esta efusión imprevista
nos sentimos de gozo conmovidos
y con una pequeña e imprecisa
sensación casi de omnipotencia.

Al escuchar a Billie Holiday
la imantación es plena sugerencia.
El mundo en torno nuestro
parece haber parado.

Apenas nada importa.
Queremos escapar de
                                nuestra historia trazada
y detener esta noche ancestral
-que no nos hizo caso.
velando el presagio de un sueño originario.

IV

Con distintos matices
perdura el misterio
algo inabarcable bajo tus párpados.
En un instante opaco de tus ojos
-del todo incorporados, sin sombra de vacío-
reflejado en aroma de antracita
un destello presiento de dolor.
Me abrazas en un impulso súbito,
tu rostro, brillante, pegado al mío;
tus labios, algo indolentes,
definitivamente siento esquivos.

                                       Hablar ya no es preciso:
el silencio hora es
dulce y sabe diferente
tras el inesperado abrazo absolutivo.

Bajo la tibia niebla,
acariciante humo que nos envuelve,
reverbera la sangre en nuestras venas
y el umbral queremos cruzar del sueño
para nunca dormirnos,
para no tener que despertar jamás.
Luce su esplendor la luna afuera,
pero no necesitamos mirarla.
Remedo sutil de las estrellas
son las luces de neón
del bar que nos sujeta.

V

Envueltos de jazz y otras
melodías de palabras –de palabras
que anuncian un final-
orillamos con vértigo
junto a la tentación algo tardía.
En un baile de burbujas amarillas
presentimos la fuerza del deseo,
el imposible deseo que se nos escapa
después de haber venido.
Y algo de nuestro invierno perdido
en esta prematura
noche de verano, como entonces
tan propensa al equívoco.

Por un momento ansiamos
en plena oscuridad desvanecernos
y perdernos de madrugada
interminablemente
                             por las calles vacías,
por los recovecos de las palabras,
buscando un resquicio de esperanza
con que tapar las grietas mortecinas
para que la luz del alba nunca entre.


VI

Transidos de nostalgia
dejamos discurrir
la complicidad de nuestro afecto,
remolino de ensueño que susurran las sombras.
Con calor, nuestras manos,
trepidantes, se entrelazan.


A la desesperada ansiamos prolongarnos
en ese lapso corto pero cierto
-que se nos va escapando y apenas ha llegado-
donde es posible un destello dulce
de libertad efímera en la imaginación,
irrepetible ternura que nos habla
tangiblemente plena antes de ser truncada.


La madrugada, al menos
esta madrugada que tanto nos due-
le –su dolor sincero es placentero-,
no nos miente

                                    ni precisa mentirnos.

VII

Al contraluz vislumbro claramente
tu mirada crepuscular, plena
caricia definitivamente nocturna,
en el vaivén intenso y póstumo
de un abrazo melancólico,
prolongación tardía y necesaria
que no puede detener las heridas
del alba cruel que llega
para recordarnos la desolada quimera
adonde lleva el deseo
de las más cobardes dudas.


Intuyo con nitidez tu llanto más oculto
y te pido que llores,
que llores conmigo,
que llores mientras puedas,
que llores desde la bondad erótica
de tus ojos después de la calma.
¿No notas mi dolor entre tus labios?


Llora. Llora conmigo.
Aunque de nada valga este lamento,
lloremos juntos
para que no amanezca.

VIII

La noche se adentra hacia su muerte,
pero no queremos ver
el escalofrío que preludia al alba.


El crepitar tan sólo escuchamos
de nuestras sombras confundidas,
la oscilación de espigas
                                        al compás de los brazos
que al aire se aferran
como si en ello la vida les fuera.


                      La luz amarillenta
del último bar queda muy lejos;
cesa la melodía de palabras
que anuncian el final que nos espera.

En la desierta calle resuenan
nuestros pasos desnudos hacia el alba.
Quieren cambiar el rumbo, el destino imposible
en que viaja el anhelo antes del naufragio.
Como errantes sonámbulos
a los que persigue la vigilia
vanamente queremos diluirnos en
los pliegues anónimos de la noche,
intensamente oscura,
más oscura nos parece que nunca.

IX

                                   La noche se desviste.
Tus labios codiciables no retienen el agua,
desaparecen.
Un sentimiento de desolación
nos va envolviendo
mientras buscamos la huella borrosa
de un beso lejano por el suelo.

Herida la oscuridad,
en la rigidez de un clarear
que repentino acude,
se escapan nuestras manos
nocturnas para siempre.

De tan hermosa noche
-la más intensa y triste que el mes de mayo siente-,
un atisbo de incitación nos queda
y la sugerencia de un resplandor sutil
que pronto                   -demasiado pronto-
se despide sin pausa bruscamente.

X

Porque precisamente
en esta extraña noche
de dicha proclive e inconclusa,
en esta noche agónica
cuando del todo te pierdo,
calladamente te amo
al ver cómo te alejas.

Llega el amanecer, el límite imposible
donde quiebra el espacio
y las palabras cesan.
Al fin en paz conmigo mismo
al tiempo que contigo,
en nuestra mutua fuga no caben los reproches
cuando el recuerdo es ya un horizonte abierto.
Para que el eco de tu risa sea
arrecife de negror contra la luz del alba,
conteniendo el aliento,
en silencio te pido un adiós sin lamentos.

Nos quedará esta noche de alas clandestinas
que ahora se no marcha,
que al alba nos dispersa.


Esa noche que en febrero perdimos,


hoy, en leve penumbra, la hemos encontrado.
Perdurará a lo lejos.

Las palabras fugaces reviven en el tiempo.


Julián Carcaño Pareja, “Antes del Alba”, poema de diez partes,
“Ondulaciones”, 1997.

jueves, 19 de enero de 2012

Estoy en las gotas de la lluvia



Estoy en las gotas de la lluvia
que no ves pero que en tus mejillas sientes,
en el sueño oculto que desvela la niebla,
en la calma del mar disfrazada de brisa.

Estoy en la sempiterna duda
que no encuentra respuestas ni tampoco las busca,
en el lapso pausal de dos palabras,
en el verbo que no es posible conjugar.

Estoy donde perdida estés en mitad de la noche
aunque a veces mi luz no te alcance.

Búscame cuando menos te lo esperes
y espérame verme llegar allá donde tú llegues.


Julián Carcaño

MÁS LARGO SERÁ EL OLVIDO





La calle por los besos recorrida
desierta yace, en pleno olvido,
como una tempestad fugaz, perdida
en un destello oculto que no vimos.

Imagen de unos momentos ambiguos
en la expresión vibrante de tus labios
y aquel silencio, que acaso indujo
a equivocarnos, anhelo es ya furtivo.

La oscuridad de ciénagas se puebla
cuando una estrella yerra su destino.
Los días sin ti se harán más largos.
Más largo, si cabe, será el olvido.


Julián Carcaño, "Ondulaciones", 1997

Simplemente precioso...


Birds on the Wires from Jarbas Agnelli on Vimeo.

lunes, 16 de enero de 2012

Sing me to heaven

In my heart’s sequestered chambers lie truths stripped of poet’s gloss.
Words alone are vain and vacant, and my heart is mute.
In response to aching silence memory summons half-heard voices,
And my soul finds primal eloquence and wraps me in song.

If you would comfort me, sing me a lullaby.
If you would win my heart, sing me a love song.
If you would mourn me and bring me to God,
Sing me a requiem, Sing me to heaven.

Touch in me all love and passion, pain and sorrow,
Touch in me grief and comfort; love and passion, Pain and pleasure.

Sing me a lullaby, a love song, a requiem,
Love me, comfort me, bring me to God:
Sing me a love song, Sing me to heaven.



Austin Community College Chamber Singers in Concert May, 2009 performing Sing Me To Heaven by Daniel Gawthrop (b. 1949)
Text: Jane Griner

jueves, 5 de enero de 2012

La Memoria de las Manos



Hoy son las manos la memoria.
El alma no se acuerda, está dolida
de tanto recordar. Pero en las manos
queda el recuerdo de lo que han tenido.

Recuerdo de una piedra
que hubo junto a un arroyo
y que cogimos distraídamente
sin darnos cuenta de nuestra ventura.
Pero su peso áspero,
sentir nos hace que por fin cogimos
el fruto más hermoso de los tiempos.
A tiempo sabe
el peso de una piedra entre las manos.
En una piedra está
la paciencia del mundo, madurada despacio.
Incalculable suma
de días y de noches, sol y agua
la que costó esta forma torpe y dura
que acariciar no sabe y acompaña
tan sólo con su peso, oscuramente.
Se estuvo siempre quieta,
sin buscar, encerrada,
en una voluntad densa y constante
de no volar como la mariposa,
de no ser bella, como el lirio,
para salvar de envidias su pureza.
¡Cuántos esbeltos lirios, cuántas gráciles
libélulas se han muerto, allí, a su lado
por correr tanto hacia la primavera!
Ella supo esperar sin pedir nada
más que la eternidad de su ser puro.
Por renunciar al pétalo, y al vuelo,
está viva y me enseña
que un amor debe estarse quizá quieto, muy quieto,
soltar las falsas alas de la prisa,
y derrotar así su propia muerte.

También recuerdan ellas, mis manos,
haber tenido una cabeza amada entre sus palmas.
Nada más misterioso en este mundo.
Los dedos reconocen los cabellos
lentamente, uno a uno, como hojas
de calendario: son recuerdos
de otros tantos, también innumerables
días felices
dóciles al amor que los revive.
Pero al palpar la forma inexorable
que detrás de la carne nos resiste
las palmas ya se quedan ciegas.
No son caricias, no, lo que repiten
pasando y repasando sobre el hueso:
son preguntas sin fin, son infinitas
angustias hechas tactos ardorosos.
Y nada les contesta: una sospecha
de que todo se escapa y se nos huye
cuando entre nuestras manos lo oprimimos
nos sube del calor de aquella frente.
La cabeza se entrega. ¿Es la entrega absoluta?
El peso en nuestras manos lo insinúa,
los dedos se lo creen,
y quieren convencerse: palpan, palpan.
Pero una voz oscura tras la frente,
—¿nuestra frente o la suya?—
nos dice que el misterio más lejano,
porque está allí tan cerca, no se toca
con la carne mortal con que buscamos
allí, en la punta de los dedos,
la presencia invisible.
Teniendo una cabeza así cogida
nada se sabe, nada,
sino que está el futuro decidiendo
o nuestra vida o nuestra muerte
tras esas pobres manos engañadas
por la hermosura de lo que sostienen.
Entre unas manos ciegas
que no pueden saber. Cuya fe única
está en ser buenas, en hacer caricias
sin casarse, por ver si así se ganan
cuando ya la cabeza amada vuelva
a vivir otra vez sobre sus hombros,
y parezca que nada les queda entre las palmas,
el triunfo de no estar nunca vacías.

Pedro Salinas

© Foto: Luisa D. Camacho