miércoles, 25 de enero de 2012

Antes del Alba



I

Imagina un volver la vista atrás.
Desnuda la memoria,
sin estelas de antiguos malestares,
rehacemos el latir de las palabra
en la inflexión vital de nuevos gestos.
A la fuente retorna
de la ilusión el juego, el agua que suspira.

Imagínate ahora
el abrazo desnudo que se ensancha,
ese abrirse que nunca
permaneció cerrado.
Para encontrar el sueño
que anduvo extraviado
un diálogo sincero y poco más nos basta.

II

Esta noche tu voz,
serena y extasiada, lentamente
vibra y se derrama.

                           Como lluvia que beben
tus ojos con gran firmeza socava
los vacíos estériles y espesos
de la incomprensión. La larga pausa acaba.
Se deshiela el recuerdo
cuando vuelven las voces de aquella vez primera.

Embelesado escucho
la cadencia en que fluyen tus palabras,
agua limpia que al silencio acalla,
libre de sutilezas, como un fugaz reflejo
incorpóreo e inasible, infinito
en su tenue orogenia.
La recriminación habla primero:
retrospectivamente en cara nos echamos
las equivocaciones y las vacilaciones
-el miedo inexcusable acaso por mi parte-
que cercenaron el brote del deseo.
La mutua comprensión nos hace abrir muy pronto
las anegadas puertas del afecto.

Nos reconocemos por fin sin máscaras
detrás del eco de las ausencias.

III

Porque en un momento
de esta noche           -casi de madrugada-
nos hemos reencontrado
en el vívido calor de unas palabras
que habíamos extraviado
y que creímos perdidas, perdidas para siempre,
en esta efusión imprevista
nos sentimos de gozo conmovidos
y con una pequeña e imprecisa
sensación casi de omnipotencia.

Al escuchar a Billie Holiday
la imantación es plena sugerencia.
El mundo en torno nuestro
parece haber parado.

Apenas nada importa.
Queremos escapar de
                                nuestra historia trazada
y detener esta noche ancestral
-que no nos hizo caso.
velando el presagio de un sueño originario.

IV

Con distintos matices
perdura el misterio
algo inabarcable bajo tus párpados.
En un instante opaco de tus ojos
-del todo incorporados, sin sombra de vacío-
reflejado en aroma de antracita
un destello presiento de dolor.
Me abrazas en un impulso súbito,
tu rostro, brillante, pegado al mío;
tus labios, algo indolentes,
definitivamente siento esquivos.

                                       Hablar ya no es preciso:
el silencio hora es
dulce y sabe diferente
tras el inesperado abrazo absolutivo.

Bajo la tibia niebla,
acariciante humo que nos envuelve,
reverbera la sangre en nuestras venas
y el umbral queremos cruzar del sueño
para nunca dormirnos,
para no tener que despertar jamás.
Luce su esplendor la luna afuera,
pero no necesitamos mirarla.
Remedo sutil de las estrellas
son las luces de neón
del bar que nos sujeta.

V

Envueltos de jazz y otras
melodías de palabras –de palabras
que anuncian un final-
orillamos con vértigo
junto a la tentación algo tardía.
En un baile de burbujas amarillas
presentimos la fuerza del deseo,
el imposible deseo que se nos escapa
después de haber venido.
Y algo de nuestro invierno perdido
en esta prematura
noche de verano, como entonces
tan propensa al equívoco.

Por un momento ansiamos
en plena oscuridad desvanecernos
y perdernos de madrugada
interminablemente
                             por las calles vacías,
por los recovecos de las palabras,
buscando un resquicio de esperanza
con que tapar las grietas mortecinas
para que la luz del alba nunca entre.


VI

Transidos de nostalgia
dejamos discurrir
la complicidad de nuestro afecto,
remolino de ensueño que susurran las sombras.
Con calor, nuestras manos,
trepidantes, se entrelazan.


A la desesperada ansiamos prolongarnos
en ese lapso corto pero cierto
-que se nos va escapando y apenas ha llegado-
donde es posible un destello dulce
de libertad efímera en la imaginación,
irrepetible ternura que nos habla
tangiblemente plena antes de ser truncada.


La madrugada, al menos
esta madrugada que tanto nos due-
le –su dolor sincero es placentero-,
no nos miente

                                    ni precisa mentirnos.

VII

Al contraluz vislumbro claramente
tu mirada crepuscular, plena
caricia definitivamente nocturna,
en el vaivén intenso y póstumo
de un abrazo melancólico,
prolongación tardía y necesaria
que no puede detener las heridas
del alba cruel que llega
para recordarnos la desolada quimera
adonde lleva el deseo
de las más cobardes dudas.


Intuyo con nitidez tu llanto más oculto
y te pido que llores,
que llores conmigo,
que llores mientras puedas,
que llores desde la bondad erótica
de tus ojos después de la calma.
¿No notas mi dolor entre tus labios?


Llora. Llora conmigo.
Aunque de nada valga este lamento,
lloremos juntos
para que no amanezca.

VIII

La noche se adentra hacia su muerte,
pero no queremos ver
el escalofrío que preludia al alba.


El crepitar tan sólo escuchamos
de nuestras sombras confundidas,
la oscilación de espigas
                                        al compás de los brazos
que al aire se aferran
como si en ello la vida les fuera.


                      La luz amarillenta
del último bar queda muy lejos;
cesa la melodía de palabras
que anuncian el final que nos espera.

En la desierta calle resuenan
nuestros pasos desnudos hacia el alba.
Quieren cambiar el rumbo, el destino imposible
en que viaja el anhelo antes del naufragio.
Como errantes sonámbulos
a los que persigue la vigilia
vanamente queremos diluirnos en
los pliegues anónimos de la noche,
intensamente oscura,
más oscura nos parece que nunca.

IX

                                   La noche se desviste.
Tus labios codiciables no retienen el agua,
desaparecen.
Un sentimiento de desolación
nos va envolviendo
mientras buscamos la huella borrosa
de un beso lejano por el suelo.

Herida la oscuridad,
en la rigidez de un clarear
que repentino acude,
se escapan nuestras manos
nocturnas para siempre.

De tan hermosa noche
-la más intensa y triste que el mes de mayo siente-,
un atisbo de incitación nos queda
y la sugerencia de un resplandor sutil
que pronto                   -demasiado pronto-
se despide sin pausa bruscamente.

X

Porque precisamente
en esta extraña noche
de dicha proclive e inconclusa,
en esta noche agónica
cuando del todo te pierdo,
calladamente te amo
al ver cómo te alejas.

Llega el amanecer, el límite imposible
donde quiebra el espacio
y las palabras cesan.
Al fin en paz conmigo mismo
al tiempo que contigo,
en nuestra mutua fuga no caben los reproches
cuando el recuerdo es ya un horizonte abierto.
Para que el eco de tu risa sea
arrecife de negror contra la luz del alba,
conteniendo el aliento,
en silencio te pido un adiós sin lamentos.

Nos quedará esta noche de alas clandestinas
que ahora se no marcha,
que al alba nos dispersa.


Esa noche que en febrero perdimos,


hoy, en leve penumbra, la hemos encontrado.
Perdurará a lo lejos.

Las palabras fugaces reviven en el tiempo.


Julián Carcaño Pareja, “Antes del Alba”, poema de diez partes,
“Ondulaciones”, 1997.

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