sábado, 5 de diciembre de 2009

Sine musica nulla vita, sine sinergia nulla musica...



Como directora y como cantante me he visto muchas veces en ambas situaciones.
¿Quién tiene razón?
Bernstein se siente frustrado porque no consigue que Carreras haga lo que él tiene en su cabeza. El tenor no consigue darle exactamente la expresión que el compositor necesita. No es lo mismo una corchea que un silencio de corchea. No es lo mismo si se respira aquí o allí. La frase cambia por completo si este pequeño detalle no se lleva a cabo.
Bernstein está cansado, después de tropecientas tomas, de que sus anotaciones y correcciones non hayan llegado a la orquesta. Parece que todo esté en su contra para que una de las arias más hermosas jamás escritas, se interprete exactamente como él la concibió dentro de su cabeza.
Sin embargo, entiendo la frustración del tenor ante las exigencias del compositor. No siempre se puede hacer a priori lo que el director pide. Porque el intérprete también puede tener su propia interpretación. Porque hay problemas que no se pueden resolver tan rápida y fácilmente como al director le gustaría. Se necesita un período de adaptación y asimilación.
Como director puedo ver de una manera lo que está escrito sobre el papel y como cantante de otra.
He ahí la importancia de que un director conozca los instrumentos, las dificultades que entraña una partitura desde todos los puntos de vista.
En los últimos tiempos he descubierto con estupor, que existen directores de coro que no saben cantar.
¿Cómo ayudar a un cantante si no sabes cuales son los problemas a los que se puede enfrentar? ¿si no sabes qué es factible y qué no?
Igualmente he descubierto que las cosas más fáciles son las más difíciles. Y que la armonía, el entendimiento y la sinergia entre el director e intérpretes es algo que no puede nunca faltar en un grupo que pretenda hacer música dignamente.

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