Yo tengo un amigo que siempre viste de negro y que es un gran lector de Poe y por eso, y porque es un poco ingenuo, se ganó el mote de El Principito de las Tinieblas. El Principito es un escritor más o menos conocido que sale con una chica a la que, por aquello de la pasión por Poe, llamaré Lenore. Lenore trabaja en una agencia literaria en la cual viste mucho y queda muy lucido decir que una es la novia del escritor de moda, y vive pendiente del Principito. No contenta con llamarle a todas horas cuando no está con él, le revisa los mensajes del móvil e incluso del correo electrónico en busca, se supone, de señales que prueben la existencia de una amante. Pero yo creo que en realidad lo que quiere Lenore es tener la sensación de que controla, de que tiene derechos, de que ella es tan fantástica que se puede saltar a la torera las más elementales normas de etiqueta y protocolo en una relación.
Ayer, en un café, en una conversación interrumpida a cada rato por las llamadas de la susodicha le contaba yo al Principito sobre el peor de mis ex novios. Este no solo me llamaba a todas horas y me bloqueaba el fax (entonces no había mail) con sus mensajes, sino que se presentaba en mi casa a las horas más intempestivas, como si su amor le diera derecho a despertarme a las cuatro de la mañana. Yo entonces le permitía todo aquello e incluso me gustaba: pensaba que si me necesitaba a todas horas era porque me quería. Porque identificaba “me quiere” con “no puede vivir sin mí”. Pero el caso es que cuando nos separamos este señor nunca más me quiso volver a ver. No me llamó cuando murió mi padre ni cuando nació mi hija porque mi vida, a lo que parece, le importa cero y menos. En su día lo que quería era tenerme, y ahora que no soy SUYA creo que piensa que lo que pase ya no le concierne.
En mi lista de ex novios hay otro que se remonta a la adolescencia y que es, precisamente, el Principito. En su día pensé que no me quería tanto. Y es que no me llamaba a todas horas, porque estaba claro que él sí podía vivir sin mí. Sin embargo, con el tiempo, me he dado cuenta de que de entre todos mis novios puede que fuera el que me tuvo el cariño más profundo, porque es el único que siempre encuentra tiempo para tomarse un café conmigo cuando necesito desahogarme.
No sé por qué pero sospecho que la relación que hoy mantiene el Principito no va a durar toda la vida. Y me juego mi hipoteca a que Lenore no va a ser una de esas ex novias a las que se pueda llamar de cuando en cuando para tomarse un café. Porque Lenore no quiere tanto al Principito como depende de él. Le necesita para apuntalar su identidad, pero no le respeta. Y una relación de largo alcance precisa, sobre todo, del respeto para sostenerse. Porque una relación no es una fusión, sino una intersección de conjuntos. Ninguna persona es idéntica a otra, y por eso es imposible aspirar a conocer todos y cada uno de los detalles de la vida del otro. Al contrario, en una relación sana ambos miembros de la pareja deben mantener parcelas de actuación independientes, para evitar que uno de ellos pase a convertirse en un mero remolque del otro.
Por eso me parece que el Principito está más inmerso que nunca en las Tinieblas, porque ha confundido amor con un caso de posesión diabólica.
Lucía Etxevarría
Ayer, en un café, en una conversación interrumpida a cada rato por las llamadas de la susodicha le contaba yo al Principito sobre el peor de mis ex novios. Este no solo me llamaba a todas horas y me bloqueaba el fax (entonces no había mail) con sus mensajes, sino que se presentaba en mi casa a las horas más intempestivas, como si su amor le diera derecho a despertarme a las cuatro de la mañana. Yo entonces le permitía todo aquello e incluso me gustaba: pensaba que si me necesitaba a todas horas era porque me quería. Porque identificaba “me quiere” con “no puede vivir sin mí”. Pero el caso es que cuando nos separamos este señor nunca más me quiso volver a ver. No me llamó cuando murió mi padre ni cuando nació mi hija porque mi vida, a lo que parece, le importa cero y menos. En su día lo que quería era tenerme, y ahora que no soy SUYA creo que piensa que lo que pase ya no le concierne.
En mi lista de ex novios hay otro que se remonta a la adolescencia y que es, precisamente, el Principito. En su día pensé que no me quería tanto. Y es que no me llamaba a todas horas, porque estaba claro que él sí podía vivir sin mí. Sin embargo, con el tiempo, me he dado cuenta de que de entre todos mis novios puede que fuera el que me tuvo el cariño más profundo, porque es el único que siempre encuentra tiempo para tomarse un café conmigo cuando necesito desahogarme.
No sé por qué pero sospecho que la relación que hoy mantiene el Principito no va a durar toda la vida. Y me juego mi hipoteca a que Lenore no va a ser una de esas ex novias a las que se pueda llamar de cuando en cuando para tomarse un café. Porque Lenore no quiere tanto al Principito como depende de él. Le necesita para apuntalar su identidad, pero no le respeta. Y una relación de largo alcance precisa, sobre todo, del respeto para sostenerse. Porque una relación no es una fusión, sino una intersección de conjuntos. Ninguna persona es idéntica a otra, y por eso es imposible aspirar a conocer todos y cada uno de los detalles de la vida del otro. Al contrario, en una relación sana ambos miembros de la pareja deben mantener parcelas de actuación independientes, para evitar que uno de ellos pase a convertirse en un mero remolque del otro.
Por eso me parece que el Principito está más inmerso que nunca en las Tinieblas, porque ha confundido amor con un caso de posesión diabólica.
Lucía Etxevarría
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