miércoles, 8 de febrero de 2012
Luna de Ausencia
Luna tras luna fueron
eclipsando las noches
aquel dulce fulgor
que lentamente, desde el alba,
como flor que despierta,
el aroma despliega
bajo el manto del sol.
El palpitar del sol sobre las hojas muertas
en la tarde los sueños desvanece.
Luego, en la oscuridad,
todo se cierra:
la savia del álamo
en el clamor del agua ya no tiembla.
La alta torre del viejo templo
entre sombras letales se diluye;
se quiebran las columnas
y apenas un lamento frágil
sostiene en el aire
el amplio hueco que dejó su ausencia.
La noches acumulan escombros
y es el mar una inmensa gota de rocío
en la quietud congelada.
Lágrimas no vertidas
socavan el iris del alma
hasta cegarla.
Entre un pasado muerto
y un futuro que no le pertenece
vaga un espectro ciego entre nubes disueltas.
No hay paz; sólo hay ruinas y frío.
Se me olvidó su nombre por un tiempo
y al volver a su recuerdo
todo era ya definitiva ausencia,
abismo infranqueable.
Iracundos vacíos
suplantaron la bondad luminosa
donde vibrara su esbelta sonrisa
en el color meridiano de la vida.
En su belleza cruel,
ingrávida la luna
un tenue brillo refleja.
Ignora que no es suyo,
que no le pertenece,
que sin el sol no tiene vida.
Perdido el amor y la esperanza
tras la noche polar de su partida,
una amargo existir
-vivencias que pesan
como losas de tumbas-
la agonía prolonga
de quien perdió su vida en vida
por no saber asirla.
Porque nada hermoso queda en el mundo,
tropezando en ocasos sonámbulos,
el sueño de la vida transcurre
entre el temor a las noches doloridas
y al hastío cansado de los días.
A la espera del bálsamo mortal,
que nada trae ni resuelve,
mirar el mar es un deleite a veces
donde puedo observar
el breve paisaje de su vida.
Y en su ausencia me conmueve
el recuerdo de su gran obra
de amor que fue dejarme solo.
Aunque no supe entonces comprenderla.
Julián Carcaño, 23 de agosto de 2011
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