Sólo podemos comprender realmente lo que sucede a nuestro alrededor si mantenemos una actitud de observación desapegada. Para comprender a las personas y las situaciones tenemos que ser capaces de diferenciar entre lo aparente o ilusorio y lo auténtico, entre el oro verdadero y el falso.
Si nuestra capacidad de observación y nuestras facultades de disponibilidad, adaptación y tolerancia se han preparado bien, quedarán muy claros tres aspectos:
1. Entenderemos el contexto de la situación.
Si sacamos algo de su contexto, dejamos de entenderlo e inevitablemente lo desvirtuamos. Por ejemplo, una mosca en la pared es sólo una mosca en la pared. Si la colocamos en el microscopio, la misma mosca parece un monstruo. Del mismo modo, todas las situaciones acontecen en el contexto de sus raíces históricas, sus efectos presentes y sus consecuencias futuras. El pasado, el presente y el futuro son el telón de fondo de cada acontecimiento. Visto sobre este telón de fondo, el significado real del acontecimiento resulta más evidente.
2. Seremos capaces de adoptar la mejor perspectiva posible.
La mejor perspectiva es la holística. Esto requiere la capacidad de ver las conexiones e interrelaciones entre todos los elementos de una situación. Sin una perspectiva amplia, es la inercia de nuestras experiencias pasadas la que nos impulsa, sin más preocupación que proteger y desarrollar nuestro propio interés. No vemos las consecuencias futuras, y el calor del momento nos consume. Para colocarnos en la piel del otro y así ser capaces de comprender el sentido más profundo de las cosas es imprescindible que observemos la situación desde una perspectiva elevada. La comprensión es el resultado natural de ser conscientemente observador y participante al mismo tiempo. Es la única forma de garantizar la persistencia de la felicidad en cualquier circunstancia.
3. Veremos el valor intrínseco de la situación.
El tercer aspecto se refiere a la visión del valor intrínseco de aquello que está frente a ti. Cada persona es un ser espiritual, con cualidades originales valiosas y elevadas como las tuyas. No hay nadie que sea inherentemente malo. De hecho, lo que interpretamos como «malo» no es más que debilidad. Teniendo esto presente, nuestra visión de los defectos de los otros cambia. Tales defectos son solamente una forma debilitada y mal dirigida de las virtudes.
La unión de estos tres puntos puede ayudarnos a entender el proceso de la tolerancia. Por ejemplo, el hábito de desorganización de alguien puede que te irrite, y una vez más esta persona ha dejado un desorden para que tú lo ordenes. Si no observas ni comprendes, tu patrón de irritación hace que internamente te encolerices: «¿Por qué deja siempre esto para que yo lo ordene? ¡Debería tener más consideración hacia mí !», y así sucesivamente.
Si colocas la situación contra al telón de fondo de la eternidad («Ambos somos almas desempeñando nuestros papeles»), te parecerá muy trivial enfadarte. Si la consideras en el contexto de tu esfuerzo espiritual, es una oportunidad excelente para lidiar con tu irritación. Si la consideras no sólo desde tu punto de vista sino también desde el de la otra persona, entenderás tanto tu irritación como su desorganización y estarás en condiciones de ayudar a ambos. Finalmente, si comprendes que tu irritación y su desorganización se originan en las mismas raíces de debilidad interna, advertirás que te has alejado de la fuente de poder que es Dios y que sólo recuperándola serás capaz de resolver la situación.
La facultad de discernimiento consiste en no perder el tiempo con lo obvio. Si las cosas están claras puedes adoptar rápidamente una decisión. Pero, si están confusas, puedes recurrir a los tres aspectos citados para lograr la mejor evaluación posible.
Si nuestra capacidad de observación y nuestras facultades de disponibilidad, adaptación y tolerancia se han preparado bien, quedarán muy claros tres aspectos:
1. Entenderemos el contexto de la situación.
Si sacamos algo de su contexto, dejamos de entenderlo e inevitablemente lo desvirtuamos. Por ejemplo, una mosca en la pared es sólo una mosca en la pared. Si la colocamos en el microscopio, la misma mosca parece un monstruo. Del mismo modo, todas las situaciones acontecen en el contexto de sus raíces históricas, sus efectos presentes y sus consecuencias futuras. El pasado, el presente y el futuro son el telón de fondo de cada acontecimiento. Visto sobre este telón de fondo, el significado real del acontecimiento resulta más evidente.
2. Seremos capaces de adoptar la mejor perspectiva posible.
La mejor perspectiva es la holística. Esto requiere la capacidad de ver las conexiones e interrelaciones entre todos los elementos de una situación. Sin una perspectiva amplia, es la inercia de nuestras experiencias pasadas la que nos impulsa, sin más preocupación que proteger y desarrollar nuestro propio interés. No vemos las consecuencias futuras, y el calor del momento nos consume. Para colocarnos en la piel del otro y así ser capaces de comprender el sentido más profundo de las cosas es imprescindible que observemos la situación desde una perspectiva elevada. La comprensión es el resultado natural de ser conscientemente observador y participante al mismo tiempo. Es la única forma de garantizar la persistencia de la felicidad en cualquier circunstancia.
3. Veremos el valor intrínseco de la situación.
El tercer aspecto se refiere a la visión del valor intrínseco de aquello que está frente a ti. Cada persona es un ser espiritual, con cualidades originales valiosas y elevadas como las tuyas. No hay nadie que sea inherentemente malo. De hecho, lo que interpretamos como «malo» no es más que debilidad. Teniendo esto presente, nuestra visión de los defectos de los otros cambia. Tales defectos son solamente una forma debilitada y mal dirigida de las virtudes.
La unión de estos tres puntos puede ayudarnos a entender el proceso de la tolerancia. Por ejemplo, el hábito de desorganización de alguien puede que te irrite, y una vez más esta persona ha dejado un desorden para que tú lo ordenes. Si no observas ni comprendes, tu patrón de irritación hace que internamente te encolerices: «¿Por qué deja siempre esto para que yo lo ordene? ¡Debería tener más consideración hacia mí !», y así sucesivamente.
Si colocas la situación contra al telón de fondo de la eternidad («Ambos somos almas desempeñando nuestros papeles»), te parecerá muy trivial enfadarte. Si la consideras en el contexto de tu esfuerzo espiritual, es una oportunidad excelente para lidiar con tu irritación. Si la consideras no sólo desde tu punto de vista sino también desde el de la otra persona, entenderás tanto tu irritación como su desorganización y estarás en condiciones de ayudar a ambos. Finalmente, si comprendes que tu irritación y su desorganización se originan en las mismas raíces de debilidad interna, advertirás que te has alejado de la fuente de poder que es Dios y que sólo recuperándola serás capaz de resolver la situación.
La facultad de discernimiento consiste en no perder el tiempo con lo obvio. Si las cosas están claras puedes adoptar rápidamente una decisión. Pero, si están confusas, puedes recurrir a los tres aspectos citados para lograr la mejor evaluación posible.
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